domingo, 24 de agosto de 2008

Sobre FINALES, de Beatriz Catani


El jueves fui a ver FINALES, de Beatriz Catani, a la Ciudad Cultural Konex.

La violación del protocolo
De las gotas de lingüística pragmática que recibí en mi carrera de Letras (la orientación “lenguas modernas” es homeopática en cantidad de lingüística) recuerdo con mucho cariño (y admiración, y pensamientos disparados y disparatados) unos apuntes sobre las “máximas conversacionales” de Grice. La cosa es más o menos así: la capacidad de significar en el habla (es decir, en la práctica real de la conversación) no solo se rige por la codificación y decodificación verbal, corporal, etc., sino por lo que Grice llamaba el “`principio de cooperación”, que le imprime al diálogo cierto protocolo. Lo interesante de la idea es que, justamente, en gran medida es la violación de ese protocolo lo que los hablantes utilizan para provocar (otros) sentidos y significados.

Una de las normas de ese protocolo es la “cantidad”. Parafraseando un máxima en este sentido diríamos: sea relevante (que es la macro-máxima de todo el tema), es decir, entre otras cosas, sea breve, conciso. El protocolo que rige el diálogo da por default la concisión. Si alguien reitera e insiste en lo mismo, empieza ya a significar otra cosa.
–¿Apagaste la tele?
–Sí.
–¿La apagaste?
–Sí.
–¿La apagaste en serio?
–Sí, ¿qué te pasa? (o qué me querés decir, o te pensás que soy idiota, etc).

El macro-procedimiento, a mi juicio, sobre el que se organiza y entra en funcionamiento FINALES, de Beatriz Catani, es esta violación del protocolo, desplegado de diversas (y a menudo idénticas) maneras a lo largo de dos horas y cuarto de performance escénica.

Lo cíclico y la vaciamiento de las formas
Podemos tomar, de la abundancia escénica de la obra, cualquier fragmento al azar que lo muestre. Una actriz reitera, con la misma inflexión tonal, el mismo parlamento dirigido a otra (por ejemplo: ¿viste que me estoy moviendo? ¿viste que me estoy moviendo? ¿viste que me estoy moviendo? ¿viste que me estoy moviendo?), combinado por lo general con un movimiento corporal exacerbado o límite (arrojarse de panza a un sofá como si fuera una pileta cada vez que se dice la frase). La primera vez, por supuesto, la frase en combinación con el gesto arman un sentido, digamos, primario. Caramba, qué modo de demostrar tu capacidad de movimiento… La segunda vez, el gesto-frase se reafirma. Sí, sí, te escuché. La tercera vez, la frase-gesto es evidentemente reiterativa: bueno, sí, qué me querés decir entonces. La quinta, sexta vez, el gesto-frase pierde todo contenido y se convierte en mera forma sonora y física, deviene danza, se aparta hasta el límite del código diálogo, pasa a participar de otro lenguaje. Una vez instalado allí, allí permanece hasta que, tal vez, otro sentido acude –o no– a ocupar el gesto. En ciertos fragmentos cíclicos, el contenido inicial retorna después del vaciamiento: volvemos a descubrir que un cuerpo se reafirma también verbalmente en su capacidad de movimiento. En otros fragmentos, todo se vacía. La pelota golpea una vez, y otra vez, y otra vez y otra vez sobre la pared lateral, y entonces todas las veces que golpea son la misma vez y la acción se hace eterna.

La obra de Catani opta una y otra vez por retornar, detenerse, eternizar. Es una actitud de riesgo, como toda violación de protocolos: el fastidio de lo eterno es el límite de la percepción que cada espectador tendrá que enfrentar. Y cada uno lo resolverá a su modo.

Síntesis del argumento
Difícil hacer una síntesis clásica de argumento en una propuesta escénica cuya premisa es deconstruir los ejes de lo argumental: los personajes se instituyen a sí mismos precariamente y originan con su acción o inacción otros relatos donde ellos mismos son otros personajes, hasta generar incluso una ficción posible dentro de una ficción que se deshace de sí misma –lo explico: generan una ficción cuando imaginan y luego instauran la historia de una madre que encarna la metáfora de querer a sus hijas como a los dedos de sus manos cortándose a hachazos los dedos de las manos; la ficción se deshace de sí misma al poner en el mismo plano a espectadores y actores, invitándose a descansar en escena al tiempo que la platea es convidada con té y galletas, o quebrando su linealidad con el ingreso de una cantante que ensayará en la extraescena durante un tiempo de representación.

Pero vamos a mí síntesis: en una larga ceremonia que se inicia al aplastar una cucaracha y concluye horas después, cuando la cucaracha finalmente muere, una insomne intentará instaurarse a sí misma como aquella que sólo habla en futuro, el único varón se refugiará en la lectura para luego intentar refugiarse en la música, la tercera se instaurará en el movimiento –la mayoría de la veces en un límite crítico–, y la más serena, matadora de cucarachas, se instaurará en la etérea, aérea reflexión oral. La precariedad de toda expectativa de argumento le impondrá, a la permanencia, una dificultad proporcional de construir un final.


La experiencia, la permanencia, la exasperación
La obra dura dos horas y cuarto. Un cartel en la entrada lo anuncia, sin intervalo. Las horas pasan según la experiencia que la instaura, por supuesto. Y los procedimientos que propone Catani son, en su mayoría, ásperos y exasperantes. Es toda una experiencia a disposición, y también “de” disposición, cabría decir. Junto a mí había sentada una mujer con una libreta de notas y una birome, sonrisa y disponibilidad. Apenas iniciada la acción, y gracias a la intensidad de los cuarzos que hace a la platea permanentemente visible, vi a la mujer tomar interesadas/ntes notas sobre la escena. El estímulo intelectual, sensorial, funcionaba. Antes de la hora y diez, la mujer se levantó y se dejó la sala. Yo pensé: no le gustó la obra. Y luego pensé: no se trata de eso, no se trata de gustarle o no. Lo que vio hasta entonces era suficiente. Pensé eso, más allá de la mujer real que se levantó a mi lado. Pensé: para anotar ideas y dar cuenta de la propuesta de Catani, una hora, una hora diez, son suficientes. El resto es la experiencia en sí. No sólo ver, también participar. Permanecer, como los actores en escena. Sostenerse en la exasperación que pueden provocar las reiteraciones, las lenguas babeantes fuera de la boca que interceptan lo que los actores quieren decir, lo degeneran, lo llenan de nervios, y de frío, y de impaciencia. Quedarse o partir.

La significativa insistencia
Quizás antes de los veinte minutos de función le comenté a Carolina que aquello que no me había gustado en “El adolescente” de Federico León me gustaba en ésta. Sentía que era el reverso de una propuesta paralela, en este caso eficaz. Y creo que esta reseña se habría tratado de comparar ambas obras ponderando FINALES si ésta hubiera concluido en su primera estructura: la de mostrar el recorrido de sus posibilidades –la reiteración de formas, los límites de la propia instauración, la muerte lenta de un ser despreciable, el uso en forma de abuso de lo físico. Sin embargo, FINALES procede con su estructura total del mismo modo que lo hace con sus procedimientos constitutivos. Insiste, se reitera, se regenera, y permanece. Y entonces el rumbo de una sencilla propuesta de ruptura adolescente, como era la obra de León, devenida en obra madura de Beatriz Catani, se duplica. Al duplicarse, va más allá. Y en el más allá se abandona. Se vacía. Se vuelve a llenar, quizás. Seguramente. Pero de cosas que pertenecen al campo de la experiencia. Y la experiencia es personal. Aplaudo, disfruto, me irrito, me retiro, me niego, permanezco, resisto.

Bonus track: el hombre que sobra
Hay algo curioso en la figura masculina de la obra. En términos generales, el sexo no marcado es el masculino: el varón es lo general, el hombre, el ser. Lo femenino es, en términos de nuestro milenario patriarcado, lo diferente. El universo que propone Catani en esta obra parece estar ordenado de otro modo. En ciertos momentos se trata de una simple exclusión, contracara más o menos típica del gesto homogéneo: el varón no juega este juego entre nosotras. Sin embargo, en otros momentos más sutiles o más sorprendentes, el varón es un cuerpo desposeído que intenta asimilarse y se vacía en mero gesto. Hay algo curiosamente “real” en el cuerpo de las mujeres. En esta obra, aquello que supuestamente “tendría” el único varón, viene sobrando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Apolo, muy pertinentes tus comentarios. felicitacion!