martes, 26 de mayo de 2009

Sobre ESCRITO EN EL BARRO, de Andrés Bazzalo


El domingo fui a ver ESCRITO EN EL BARRO, de Andrés Bazzalo; teatro El Grito, Costa Rica 5459 (domingos 20 hs)

La tela y el barro
El mundo evocado tiene la irrealidad y la cercanía simbólica del mito: es el de la guerra exótica, el de la geografía extrema, extranjera, de los legionarios. Es la guerra que no salpica a la ciudad letrada, excepto por la imagen de los cajones con soldados muertos que van llegando desde Vietnam, por el célebre Dominguito, hijo sacrificado de Sarmiento en Paraguay, o por los jóvenes pies congelados en las islas del fin del mundo. La lógica de la traición, de los secretos juegos del poder, del sacrificio de los ingenuos, los débiles y los violentos a manos del hábil intrigante detrás del trono sostiene aún, como un pilar imprescindible, el mito fundante de la Nación.

Andrés Bazzalo sitúa en el húmedo y hostil barro del Gran Chaco, durante la infame guerra de la Triple Alianza, la trama del Otelo de Shakespeare. Sus hilos son –siguen siendo– delicados, psicológicos –anímicos, semióticos–. El célebre pañuelo de Desdémona es –sigue siendo– un pañuelo: ni una carta de amor, ni una prenda íntima, ni un secreto de alcoba; el célebre pañuelo es el objeto inocuo que significa lo que en él se construye como signo. Su poder es el del hilo invisible, la trama oculta, la mortal trampa donde sucumben los cuerpos.

Síntesis argumental
Llega Sosa a hacerse cargo de la guarnición militar: ha nombrado capitán a Miguel, primo predilecto de su reciente esposa Mariana, en detrimento de Santiago, quien descontaba para sí el ascenso. Despojado y secretamente humillado, Santiago se propondrá destruir no sólo a Miguel, su oponente ocasional, sino al propio Sosa. Manipulando hábilmente a su esposa Emilia –confidente de Mariana–, a Rodrigo –amante despechado– y al mismo Sosa, de quien es consejero, sembrará la discordia, la sorda enemistad, los celos y la sed de venganza. Así, la sofisticada trampa psicológica que alguna vez atrapara a Otelo, el Moro de Venecia, tejida de rumores, insinuaciones y finas telas devenidas signos, renace con Santiago/Yago en el frente de combate de la guerra del Paraguay.

Trama y lenguaje: las distancias de/desde Shakespeare
Escrito en el barro en tanto adaptación de Otelo, el Moro de Venecia se construye a partir de dos operaciones de larga tradición: la traslación del espacio/tiempo (de la Venecia renacentista en campaña militar contra los turcos en Chipre, al campamento militar en el frente de batalla de la Triple Alianza del siglo XIX), por un lado, y la reducción del complejo (abundante) conjunto poético original a su trama principal, estructurante de la acción. Las largas horas necesarias para una hipotética puesta en escena del texto shakesperiano se reducen, hábilmente, a la emblemática hora y cuarto de la escena local. La técnica de Bazzalo es sofisticada y consiste, principalmente, en recortar las causas, que serán referidas por sus efectos. De este modo, en extremo, todo el acto inicial del Otelo en Venecia –el escándalo producido por su casamiento con Desdémona– es sencillamente referido como causa necesaria y elidida en la llegada del Moro/Sosa y su mujer al campamento militar (Chipre, en el original). La alusión a lo sucedido fuera de la escena o del tiempo de la acción cobran así importancia y replican, esta vez con el público, la lógica de la sugestión y del relato que el propio Santiago/Yago realiza sobre Otelo.

“Partiendo de la idea de que no somos ingleses” (paráfrasis del comentario de Ricardo Bartís sobre su propia versión del Hamlet), previa a cualquier traslación geográfica y temporal se impone una lingüística que es, esencialmente, cultural: la traducción. La versión de Bazzalo traduce y traslada, adapta, versiona el Otelo. El lenguaje se torna áspero desde las primeras réplicas; no obstante, el criollo permanece a prudente distancia de la jerga gauchesca o de la extrema localización: aunque casi ninguna locación se menciona, no hay Curupaitís pero sí hay Buenos Aires. La sofisticación poética del original debe, por fuerza, resignarse. La suma final acerca, entonces, más la obra al mundo del mito ancestral traspolado (una Antígona en la pampa, una Ifigenia en la Segunda Guerra) que al aún cercano vigor poético isabelino: pocas de las imágenes barrocas evocadas resisten la contienda, aunque mucho de la arquetípica solidez del dispositivo, el monstruo sutil que, oculto, enrieda y destruye.

Algo más sobre La Triple Alianza
Yago el enigmático es inmortal. En un notable pasaje lateral de la obra, Sosa le dice a Santiago: “quiero conocer sus pensamientos”. Y Yago le responde, como al pasar: “ni con mi corazón en la mano”.

Los festejos del bicentenario se acercan, inexorables. Cabe destacar que en esta versión, el ejército en campaña no es el de San Martín sino el de Mitre, más cercano al genocidio de nuestro General Roca que al de la lucha emancipadora.

Y Yago gana.

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