miércoles, 10 de junio de 2009

Sobre QUIENQUIERA QUE HUBERA DORMIDO EN ESTA CAMA, de Martín Flores Cárdenas


El viernes fui a ver QUIENQUIERA QUE HUBERA DORMIDO EN ESTA CAMA, de Martín Flores Cárdenas al Abasto Social Club, Humahuaca 3649. Viernes 21.30 hs


Botticelli y Boltraffio
El caso es célebre, y está célebremente escrito y publicado por Sigmund Freud en el primer artículo de su libro Psicopatología de la vida cotidiana: “El olvido de los nombres propios”. Un Freud que por aquellos años estaba muy preocupado por los temas de la memoria y el olvido, escribe sobre esos casos en los que el patente olvido de un nombre que conocemos se nos impone: en medio de una conversación, escindiendo el hilo de un relato, un nombre en particular no aparece –queda como enganchado “en la punta de la lengua”–. Sabemos que lo sabemos, y que no lo podemos recordar; suelen venir a la cabeza nombres sustitutos. En el relato de Freud –que refiere una conversación con un abogado amigo en un viaje en tren– el nombre olvidado es el del pintor italiano Signorelli, en reemplazo de quien acuden a su mente aquellos otros dos: Botticelli, Boltraffio.


El análisis que el escritor vienés hace de su propio olvido despliega la misma metodología del análisis de los sueños: toma la palabra olvidada y su contexto (las demás palabras que rodearon el vacío, y también sus categorías, y también sus temas) y las analiza como imágenes –es decir, como no-palabras, como algo previo, sin rigor morfológico–, ponderándolas en su potencial de sustitución y desplazamiento. En caso vienés, las resonantes, poéticas palabras que rodeaban el olvido eran Herzegovina, Bosnia y el vocablo alemán Herr pronunciado por los turcos en sus dos tradicionales réplicas a sus médicos: la estoica aceptación de la muerte y el hedónico rechazo a una vida sin sexo. La categoría del olvido y sustitutos: pintores italianos. Sus temas: la muerte, el castigo, el infierno, la impotencia, el sexo.


El sexo de la muerte
Freud recuerda haber estado preocupado porque, estando en la ciudad de Trafoi, recibió la noticia del suicidio de un paciente suyo afligido por incurables problemas sexuales. Y analiza:
-que él mismo evita (reprime) comentar sus pensamientos sobre el sexo y la muerte ante su amigo abogado en el tren,
-que evidentemente en la cadencia y voz del signorelli olvidado está el botticelli sustituto,
-que en el fragmento descompuesto del boltraffio está trafoi como lo está en Bosnia,
-y que el signore (“señor”, en italiano) sustituye o es sustituido por el Herr (“señor”, en alemán) de Herzegovina y de la frase de los turcos, para quienes una vida con disfunción sexual no merece ser vivida. “Herr, no hay nada más que hacer” –les decían los turcos agonizantes a sus médicos impotentes (ante la cura)– “si usted hubiera podido hacer algo, lo habría hecho”.


Si usted (impotente) hubiera podido hacer algo...


Todo está allí, entonces, en un juego de desplazamientos y sustituciones: el impotente médico vienés y el suicidio de su paciente con disfunción sexual. Los frescos de Signorelli que trabajan la muerte, el cielo y el infierno. La potencia absoluta que es la muerte (en términos del sucesor Lacan), y las palabras devenidas fragmentos en movimiento, imágenes sin morfología, asociativas, desplazadas: elli, trafo, traffio, bo-bos, Herr, signore,
sigNorelli,
sigMund
.
Freud. Su ruta (la ruta de los sueños)


El olvido de Raymond Carver
Olvidemos a propósito (propósito imposible, que develará nuestra impotencia) a lo largo de esta reseña que QUIENQUIERA QUE HUBIERA DORMIDO EN ESTA CAMA está basada en un cruce de relatos de otro célebre escritor, el americano Raymond Carver. Tomemos sólo su relato escénico, como si la sombra de Raimundo (tan extendida en el teatro de Buenos Aires de la última década) no se ocupara de darle forma y contenido, en la mente del espectador, a aquellos vacíos y ocultamientos que se esbozan en la escena.


Síntesis argumental
Una pareja se topa con un juego de dormitorio armado en la vereda: cama, mesitas de luz, veladores (enchufados), un tocadiscos. El conjunto desalojado, funciona. Los autos pasan sin detenerse. El dueño de casa se demora en atender el timbre. Mientras tanto, ella recuerda un sueño en el que él no estaba. El dueño del set en venta aparece, bebe y, antes de narrar la agonía de su madre, liquida sus pertenencias.


El desplazamiento
Lo que vemos es un juego de dormitorio y un fragmento (una cita) de un living sobre el césped de la vereda. El interior, en pleno uso de sus facultades (los veladores prenden, la cama está hecha, el tocadiscos suena), está a la intemperie. Es una imagen que, desprendida de su significado, detiene la velocidad perceptual y la intensifica. El enigma (¿qué hacen esos muebles allí?), cuya clave está platónicamente olvidada, agudiza hasta la molestia la percepción sensorial. “Pude representarme los cuadros con mayor vividez sensorial de la que soy capaz comúnmente”, decía Freud del lapso de tiempo durante el cual el nombre no aparecía.


Puesto que no es una cuestión de sentido, sino de mero sonido, de mera visualización (un fragmento de palabra, un fragmento de living), se rasga la red conceptual pero no se ofrece un sustituto simbólico, sino un desplazamiento. Mientras la ensoñación (la obra teatral, el síntoma, el olvido) perdura, perdura la intensidad.


La muerte del sexo
Los personajes se recuestan en la cama, y conversan, mientras tanto, mientras esperan que aparezca el dueño, la venta, el sentido. Él refiere un nombre, un nombre que ella dijo en sueños, mientras él no dormía. Ella no recuerda haber soñado, hasta que empieza a recordar, acostada en una cama –que en el tiempo será suya, que en el tiempo se desplazará a otro interior, el de otra casa, pero que ahora está dada vuelta, como un guante–. Ella comienza a recordar. Soñaba con otro, y en el sueño su marido no aparecía, aunque tal vez estaba. Las palabras y las imágenes han sido cortadas, descompuestas –una parte del signorelli, del signo–, en restos metonímicos con capacidad de desplazamiento. Estos restos van y vienen, circulan de un lado a otro, como objetos no del todo atraídos por la fuerza de la gravedad. Se repiten, se atraen, se resisten. Dormir o estar postrado, ¿sueñan los pacientes en coma? Morir, dormir, tal vez soñar. Cuando a mí me suceda (cuando yo quede en estado vegetativo) quiero que me desconectes; yo no, quiero perdurar, conectado, como los veladores de esta cama a la intemperie, como el tocadiscos. Una vena late mucho, puede producir embolia, eutanasia y silencio. Es, una vez más, la muerte y el sexo, o la muerte del sexo, o el sexo de la muerte.


Puesto que no es otra cosa que una pareja en la cama.


Hablando de la muerte.


Pulsión
En la cama que quizás perteneció a una muerta. O vegetal. El dueño finalmente aparece, como si de pronto lo olvidado es mencionado por alguien, y el sentido en apariencia retorna. Ilusoriamente, porque el enigma no se resuelve, y el nombre no se completa. El dueño de la venta, alcoholizado, habla también de la muerte, de su madre, de la cama, del coma/de la coma, del despertar, del desconocer. Lo que hay es una vez más un resto (“la segunda [botella] siempre se me sube a la cabeza”). Como en los frescos vívidos del Signorelli sin nombre, que remitían a la muerte, al juicio, al cielo, al infierno, los restos siempre están en relación con los restos, los restos mortales.


El fin de la imagen es el recuerdo del nombre
Cuenta Freud que cuando, tiempo después, un amigo italiano le dijo el nombre, Signorelli, la hipernitidez de la imagen de su obra disminuyó y fue desapareciendo, junto con el malestar inquietante que acompañaba al olvido.


Es Raymond Carver. El nombre.
Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.
La metáfora es casi inexorable.


Costumbres americanas
El síntoma se cura con la palabra, con la reposición de la palabra. Porque la mera, pura imagen, es intolerable. Necesitamos sentido, sustituto, concepto, nombre. No voy a dormir hasta no acordármelo. Es Raymond Carver. Sacar los muebles a la calle es una costumbre americana, el modo más o menos habitual de la feria, la venta de muebles por mudanza. Los aparatos se encienden para exhibir que funcionan. El dueño bebe, borracho, y por eso liquida sus muebles sin mayor regateo; su madre está muerta, su hermano (atropellado en otro cuento de Carver) también está muerto. Conocemos al dueño del flete que se llevará los muebles. Somos todos del barrio. Quienquiera que hubiera dormido en esta cama, ahora duerme en otro lado, y dormiremos aquí nosotros, porque es ya nuestro dormitorio futuro.


No obstante, durante los 35 minutos del espectáculo, la imagen y sus desplazamientos, su enigma, su malestar, su intensidad, prevalecen.


El pasado
Hay una notable construcción temporal al final de la pieza. El mismo tiempo, la misma imagen (y la palabra es coherente), retorna. Luego de decidir sobre la muerte, de invocarla para exorcizarla, “si me pasa eso, desconectame”, el tiempo se desplaza hacia atrás. Un cigarrillo se prende. Y los personajes, todos, bailan.

1 comentario:

Jime. dijo...

¡Qué flash lo que escribiste!
Fui con un grupo de amigos que se quemaban la cabeza pensando en voz alta posibles interpretaciones de todo. Hasta que en un momento dijimos: basta, es hermosa a secas. Me encanta lo que escribís, Ignacio.