martes, 4 de agosto de 2009

Sobre UN POCO MUERTO, de Mario Segade

El jueves fui a ver UN POCO MUERTO, de Mario Segade, al Teatro San Martín (Corrientes 1530; mié a dom 20 hs)

La muerte y la máscara
En la Roma antigua la palabra “persona” significaba “máscara”, pero también se refería al individuo que tenía ciudadanía romana, puesto que el verdadero ciudadano podía demostrar su linaje a través de sus “imagines”: la máscaras funerarias de sus ancestros. Estas “máscaras de la muerte” eran, en principio, moldes de cera tomados directamente del rostro del muerto y guardados en el lararium o santuario familiar, ubicado en el interior de las casas. Todo rito de pasaje en la vida familiar, como la iniciación de los jóvenes o los funerales, eran llevados a cabo bajo la protección/mirada de estas máscaras ancestrales. Incluso en los funerales, era habitual que actores profesionales usaran estas máscaras para interpretar pasajes de las vidas de los ancestros, demostrando una vez más el íntimo vínculo de los rituales y ceremonias con el teatro.

Hasta avanzado el siglo diecisiete, en algunos países europeos, se conservó la costumbre de hacer máscaras de la muerte para usarlas en las efigies (las esculturas de muertos, de tamaño real, usualmente exhibidas como monumentos en las iglesias, acostadas en posición supina y con las manos cruzadas en oración). En los siglos dieciocho y diecinueve, las máscaras de la muerte fueron finalmente usadas para el registro de los rasgos de cadáveres no identificados. Esta función fue luego reemplazada por la fotografía.

Síntesis argumental: la foto de Un poco muerto[1]
Ante la noticia de la muerte de su padre, Shie regresa a la casa familiar, en la que sólo queda su hermana Mara –y un cadáver sobre la mesa, y los rencores, y los recuerdos. Los personajes (como las personas, como las antiguas máscaras de los muertos) son más, muchos más: el mundo es habitado por la evocación.

La foto, íntima y reveladora, muestra a los hijos en edad escolar, al vendedor de sábanas, a la cruel enfermera de la infancia, a las mujeres, los primos, la gran madre y a los mitológicos ancestros inmigrantes, todos en blanco y negro, en el perdido tono de los recuerdos. Brillantes, recortados, rodeados por sus lares, Shie y Mara, y la exuberante -rojo pasión, exhibición de vida– Raquel.

La máscara y el grotesco: el main stream del teatro rioplatense
Un poco muerto abreva de la tradición del grotesco, una de las tradiciones más potentes (sino la mayor) del teatro rioplatense, que sigue demostrando su vigencia. Los personajes del grotesco son personajes-máscara, deformados en una mueca risible que vira hacia lo trágico (para más referencias al grotesco en este blog, click en la reseña de Stéfano, aquí) . El momento privilegiado del grotesco es aquel de la caída de la máscara, precipitada por un personaje habitualmente exterior, que cataliza la transformación de la conciencia. Traducido en la obra del Grotesco Criollo por excelencia, el Stéfano de Armando Discepolo, es el momento en que el discípulo Pastore confronta al “maestro” con la verdad final de su fracaso: la máscara ridícula del gran compositor confinado a un conventillo de la Boca cae y el cuerpo real del pobre y trágico fracaso puede “actuar” su verdad desenmascarada. Traducida en su actualización de Un poco muerto, de Mario Segade, el momento en que la bella, externa, apasionada Raquel confronta a Shie con la verdad tras la máscara de su lenguaje y sus evocaciones: la locura de la hermana –recordemos el hijo loquito de Stéfano y la metáfora inmortal: “¿en qué mundo vivís, hijito mío? En el tuyo, papá”–, la pseudo historia de amor sin correlato en la realidad, el teléfono falso de Mara, el diálogo con amores imaginarios y la suprema construcción de esos “hijos en edad escolar” que Shie eleva a un muy eficaz leiv motif destrozado por las palabras de Raquel: hijos de otro.

Es una vida triste cuyo espejo escénico provoca una risa insistente, una comicidad extrema (de la mano del talento de Marcos Montes y de un texto muy logrado). Su mundo de referencias es múltiple. Basten dos de las más destacables. El resabio –el “fondo”, dirían los catadores de vino– de la Laura del Zoo de Cristal, que mentía sus cursos de dactilografía, devenidos en cursos de máscaras y papel maché. Y el débil, el loco, el omitido de la familia Coleman en la imagen final del abandono.

Talento y oscuridad
La vigencia de los procedimientos tradicionales depende, en gran parte, de la renovación de sus rasgos. A esta altura del milenio, el manejo del “cocoliche” como lenguaje típico y necesario del enorme corpus del sainete y grotesco criollos está más allá de las posibilidades técnicas de nuestros actores: habiendo desaparecido como registro social, sólo podría ser rescatado a modo de pieza de museo por una compañía estable, especializada en ese tipo de interpretaciones. La ensalada de acentos y dialectos de una Babilonia pasó de un registro estricto de la realidad social a un recuerdo de juventud barrial y, a esta altura, a una pieza de lenguaje artificial. Un poco muerto, a su manera, y consciente de la necesidad de una tensión entre la representación naturalista de un registro social típico de los personajes, y una elaboración del ideolecto especial, humorístico, se construye a través de la absurda elaboración del lenguaje de Shie, un lenguaje no realista que exacerba las fórmulas artificiales de registro escrito y, sin embargo –una vez más, de la mano del trabajo de Montes– pasa al público como “calco” de la realidad, como un tipo social reconocible y a la vez distorsionado. Una vez más, la teoría de la máscara operando, pero en el lenguaje.

Un retrato de la muerte
Las máscaras de la muerte fueron usadas también para la creación de retratos. Es posible identificar los retratos que fueron pintados a partir de estas máscaras por las características distorsiones de los rasgos causados por el peso del yeso durante el proceso de moldeado.

En Un poco muerto, un cadáver sobre la mesa, licuándose. Las máscaras de papel maché de Mora Segade y Violeta Suárez en las temblorosas manos de Mara, la loca. El licor antiguo, la embriaguez, el onírico incesto no recordado.

Apéndice: acepciones de la máscara
Del francés masque e italiano maschera, un posible antecedente en el latín no clásico mascus, a: fantasma. También del árabe maskharah, hombre ridículo, disfrazado.

En algunas culturas, se cree que la máscara permite al portador tomar las cualidades de la representación de esa máscara: una máscara de leopardo inducirá al portador a convertirse o actuar como leopardo. No muy lejos de este concepto está la idea de personificación de actor: el griego con su máscara de Agamenón o Palas Atenea. Y su reverso: la develación, máscara mediante, de la verdad oculta por el rostro verdadero –la nariz de payaso, que lejos de convertir a una personaje en un payaso, permite en todo caso hacer aflorar lo loco, lo risible, el permiso de mostrarse a sí mismo.

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[1] La foto del programa de mano es la misma que se reproduce aquí, pero todos los personajes excepto los tres protagonistas, están en blanco y negro

1 comentario:

María José Gabin dijo...

Me gusta tu análisis de las obras. En este caso comparto además tu visión.