miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sobre UN HUECO, de Juan Pablo Gómez

El domingo fui a ver 1 HUECO de Juan Pablo Gómez al Club Estrella de Maldonado (Juan B Justo 1439, Palermo) Funciones Sáb 22 hs y Dom 20 hs. Reservas 15 5708 5927

La muerte y la brújula del teatro en la ciudad
En la reseña sobre la obra de Rémi Des Vos Hasta que la muerte nos separe (click aquí) hablé de cuatro obras –actualmente en cartel en Buenos Aires– en las que una muerte precede a la acción: la muerte de un bebé en Rosa Mística, la de un niño en El último fuego, la de una anciana en la obra del francés, y la metafórica muerte en vida de la fama en Escoria. Un hueco, esta pequeña , y muy lograda obra de Juan Pablo Gómez agrega un tono de ternura masculina al mapa de las festivas o terribles obras-duelo.

Síntesis argumental
En el reducido y literal vestuario del Club Estrella de Maldonado –que representa y en última instancia reproduce el reducido vestuario del club de un pueblo– tres jóvenes se refugian como pueden del dolor y la intensidad del velorio de un amigo.

Lo inexplicable
En ciertas buenas obras es más seductor lo que permanece inexplicado. Pero no se trata de una fórmula: mayormente, como en la vida, lo inexplicado es fastidioso, irritante o aburrido. Sin embargo, cuando lo que no se explica logra instalarse en el preciso y esquivo lugar del axioma, lo injustificado cobra poder metafórico, se poetiza. ¿Por qué muere un bebé? Por un balazo en la cabeza. Causa-efecto. ¿Por qué Dios lo permite? Silencio. Porque no hay Dios, por supuesto. Porque Dios es cruel. Porque es una obra de teatro. Porque sí. Porque no. Porque la muerte, la igualadora, es para todos. Para nadie. Tres amigos de duelo, uno con muletas. ¿Por qué las muletas? Bueno, sí, en cierto momento se explica. Pero por qué murió el amigo. ¿Por qué muere un hombre joven? ¿Por qué los demás estamos vivos? ¿Y en qué consiste, entonces, estar vivo? ¿Puedo ver la vida desde afuera? ¿Puedo retirarme a un costado? Silencio e intensidad.

La técnica del lateral
El espacio real en el que está montada la obra es mínimo: el vestuario real de un club real. Y bien en el medio del espacio escénico, dominándolo, un gran, gran locker. Un banco que ocupa toda la pared lateral, y las puertas del baño y de salida. La obra comienza en la penumbra, con la poca luz que una ventana –real– deja entrar desde el lejano alumbrado público de la Av Juan B. Justo. La acción central de la anécdota que Un Hueco cuenta sucede al lado, en el salón principal del Club, donde transcurre el velatorio. Fiel a una de las propiedades más teatrales de la construcción del espacio escénico, la obra se instala en la sala contigua, en la metonimia del acontecimiento que ocultará.

En Babilonia, del gran Discépolo, la fiesta sucede arriba, y determina el tiempo (real) y la acción de esa “hora entre criados”. En Rozencrantz y Guilderstern han muerto, de Stoppard, los personajes laterales del Hamlet permanecen en la bambalina lateral de la obra, que determina el tiempo y la in-acción de su acción. La construcción de antesalas, el refugio parcial en medio de una gran catástrofe, el espacio contiguo toma metonímicamente las propiedades de la escena completa, desplazando sus signos hacia lo pequeño, lo íntimo, lo que el espectador teatral puede abarcar en profundidad. Un hueco abreva con eficacia de esta tradición.

Lote 77
La exquisita Lote 77 de Marcelo Mininno (para leer la reseña de esa obra, click aquí) examina con técnica minimalista la construcción social (y poética) del varón. El agrietado paradigma de lo masculino renueva viejos signos subvirtiendo su sentido.

En una de los mejores parlamentos de Un Hueco (esos que uno dice: ¿por qué no se me ocurrió a mí?), uno de los amigos le dice al otro, en referencia a qué imagen darían si irrumpiese alguien de improviso en el vestuario:

“Dos tipos solos en el vestuario tocándonos la corbata”.

El dolor, la literalidad (femenina) del llanto, la caricia, el sostén emocional, son tabúes y zonas de exclusión masculina que, conservando su fuerza y en virtud de su fuerza, se quiebran. El espacio contiguo no sólo da estructura a la pieza, sino también esta posibilidad de sugestiva intimidad.

El Volley
Breve: durante la puesta en escena de Rosa Mística, en la cual trabajamos con el desafío de conservar a los cinco actores en escena toda la obra, bautizamos como “el volley” a la marcación de rotaciones permanentes de los personajes/actores en el espacio y la situación. El Volley, en Un Hueco, se torna temático –tal vez quizás por eso, previsible, aún sin defecto. Es A+B+C , uno petiso, uno alto, uno con muletas. Serán, pues A+B-C, C+B-A, B+C-A, etc. Y sin embargo funciona.

Puesta en abismo
A la media hora de obra, creo que literalmente, está todo visto y su estructura concluye. Lo que perdura, y de allí se toma y de allí sostiene la siguiente mitad, es de la intensidad de la actuación. La técnica de cambio de energía (grito, susurro, tensión, explosión, relajación, detenimiento) es suave e impecable. Te podrías ir a la media hora (si lograras escapar del encierro, claro está), habiendo entendido todo, y pudiendo incluso escribir esta reseña. Y sin embargo, algo vivo quedó atrapado, y te lo perdiste.

Una perla: la narración puesta en abismo del juego de computadora que, como el pueblo, como la obra, como el universo, contiene un tipito que también juega a la computadora en cuyo juego hay un tipito que también juega…

Lo inexpugnable
Y dice un afiche pegado en la pared (por si vas y te queda muy de costado, y no lo podés leer):

Haced un hueco cariñoso
grabad en vuestro pecho
esta consigna
inexpugnable

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