jueves, 5 de julio de 2012

Sobre 2040, de Elisa Carricajo


El sábado fui a ver 2040, de Elisa Carricajo, a El camarín de las musas (Mario Bravo 960, 4862-0655), Sab  20.30 hs. 

La poción de la eterna juventud
La edición on line de uno de los principales diarios argentinos reproduce hoy, 5 de julio de 2012, un artículo de un diario español que titula: “En 20 años más, cumplir los 140 podría ser realidad”. El artículo se trata, principalmente, del reportaje a todas luces publicitario de un nuevo (?) tipo de extractos naturales que el “prestigioso dietista, inmunólogo y pediatra” Manuel Jiménez Ucero está promoviendo. Como toda pócima de esta Era de la Ciencia, el nombre no puede no ser un neologismo de raíces griegas; en este caso, los “nutricéuticos”, que se definien como una “nueva generación de extractos de nutrientes que prometen alargar considerablemente la vida”, y “también ayudan a mantenerse joven”. 

Nada es novedoso. Pociones de rejuvenecimiento, cosméticos antiage, retratos de Adobe Dorian Gray & Photoshop, abundan saturando lo clásico. Pero el curioso impacto a primera vista de esta nota en la pantalla se siente por una particular composición de imagen y titular: la imagen es la de una bella anciana de rostro feliz, ojos cerrados, pelo encanecido y cara arrugada, que amorosamente apoya su cabeza en el hombro de un hombre mayor a quien abraza. El titular citado: en 20 años más, cumplir los 140 podría ser realidad.
No estamos hablando entonces del mito inicial, la eterna juventud, sino de su reverso: la inevitable, postergada y, tal vez mucho más convincente, prolongación de la vejez.

Síntesis Argumental
En un futuro cercano, una ¿joven? instructora e investigadora de técnicas corpo-cosmo-espirituales protagoniza un cisma en su grupo de pertencia. En consecuencia, recibirá en su casa a un discípulo con quien puede continuar la búsqueda. Pero en esa casa plástica, de césped artificial y cuencos con semillas orgánicas, habita su anciana y extraordinariamente conservada madre…

El mito ancestral en ropas de vinilo
Sabemos que lo mejor de todo imaginario futurista está en la renovación de las más antiguas preguntas. El replicante que “muere” hacia el final de la vieja Blade Runner se pregunta y nos pregunta por qué, de dónde, hacia dónde y qué sentido tiene todo esto. La película parece mirar a su espectador y sostener un “¿acaso vos sos diferente?”

Aún cuando esos mundos alternativos del futuro (aclaremos: 2040 es una hipótesis paródica de ambientación futurista) parten por definición de la amplificación de un aspecto del presente (el cambio climático y los procesos de desertificación actuales, por ejemplo, convocan los clásicos desiertos del futuro o las tierras totalmente inundadas; los desarrollos de la genética o la robótica traen consigo los androides asesinos o protectores de la humanidad), decía, aún cuando parten de una hipótesis de amplificación, lo atractivo nunca es la sensación de que “por este camino terminaremos así”, sino ese otro “insgiht”, más íntimo: ya somos esto, aunque no querramos verlo. 

La simpática parodia física y verbal del New Age, la vampírica aparición de esa Nacha Guevara absurda y perdida en el cuerpo y rostro de la siempre desopilante Mónica Raiola y, sobre todo, esa sensación de que en algún momento lo parodiado se estiliza, y el ritual de despedida deja de ser un chiste para ser un sutil y real adiós, dan cuenta de la curiosa atracción que 2040 provoca en el espectador. 

Indicios estructurales
La obra está dividida en escenas separadas por elipsis de distinta magnitud; esa primera sucesión permite tejer y seguir el desarrollo de su anécdota, hasta cierto punto puesta en un primer plano lineal: permite contar quién es la protagonista, qué busca el visitante, cómo alguno de ellos o ambos conseguirán sus propósitos, cómo éstos se tuercen y qué tipo de vínculo resulta de tal torsión. Hasta ahí, una estructura. Pero hay otra, que se combina: la de la escena y la extra-escena. La escena es el territorio de la hija, donde dará sus clases o hará sus entrenamientos, búsquedas y rituales. La extraescena es el oculto territorio de la madre, que duerme en una conservadora, con brillantes reminiscencias de los ataúdes de los vampiros. El choque, el cruce, la intervención de esa presencia extraña, o mejor dicho, la batalla tácita desplegada en el territorio de la hija de las dos “fuerzas”: la madre y el otro intruso (discípulo, deseado, deseante), organizan el segundo relato, en simultáneo.

Lo sintomático, lo que a mi juicio es marca de una época en tanto resultado de un modo de indagación teatral, es que ninguno de los dos relatos se “resuelve” en un arco total, sino en puntos previos: los dos jóvenes se juntan antes, la anciana desaparece. La obra, no obstante, continúa. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? 

Buenos Aires, tercer milenio
Las respuestas provisorias apuntan a mi hipótesis de un tiempo y de un modo de hacer teatro en nuestros bellos sótanos y micro-salas del Buenos Aires del tecer milenio. En estas obras, por un lado, asciende el ritual purificado, celebratorio y teatral. Continuamos en escena por la maravilla de la imagen y la energía de los cuerpos, casi como una danza. El plástico y las hermosas luces, los cuerpos y las inflexiones de esta 2040 se bastan a sí mismos en última instancia –y no es casual que de esa instancia final no participe la desopilante verba de Mónica Raiola-. Por el otro lado, perduramos en escena como subproducto de los métodos de composición vigentes: la precaria fragmentación, no exenta de belleza, de un recorrido que es el de los potentes ensayos sucesivos, no el de la unidad subyacente del autor.

Galaxia nova
La madre, la hija, y el pájaro que se escapó. El alumno freak devela lo freak que hay en mí. La estructura clásica de la madre que se trinca al novio de la nena. Nada organiza el conjunto. No es época de conjuntos organizados; el encanto pervive y es otro.

Música brasileña de conserva
Una encantadora resolución de este espectáculo es su musicalización que, como en todo ritual, pasa a primer plano. Pero no es solo ritual. Es temática y, locamente, enunciativa. Esa música “en conserva”, toda brasileña, toda bien, toda mal, dice cosas. Y por esas cosas y otras cosas, se disfruta y agradece.

O mais futurista
El poder evocador del signo “Brasil” abarca desde las exóticas bananas en un sombrero hasta el guacamayo de animación de la Fox, desde la playa, la música y el fútbol, hasta aquella notable película futurista de culto del gran Terry Gillian, con Johnathan Pryce y Robert De Niro.

La escritora, terapeuta y compañera de aventuras dramatúrgicas Laura Gutman me dijo hace un par de años: “Brasil es el país del futuro; si yo fuera joven, me iría a vivir allá”. 

Otra vez la juventud. Otra vez la promesa. Otra vez el futuro. Que no habla de otra cosa, sino de nosotros aquí, ahora, en el preciso límite del presente, en el incierto sentido de nuestra historia.

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