viernes, 7 de septiembre de 2012

Sobre LOS OJOS, de Pablo Messiez


El sábado 25 de agosto fui a ver LOS OJOS, de Pablo Messiez, al Centro Cultural General San Martín (una producción española en gira, con funciones limitadas que terminaron el 26 de agosto).

Cyrano de Tucumán
Un bravo capitán y exquisito poeta, lastimosamente adosado a una nariz de la que a nadie deja hablar en su presencia, pena silencioso de amor por su hermosa prima. Esta dulce criatura, a su vez, dice amar a un soldado de bella figura.  Y éste, incapaz de escribir una sola línea -en épocas  de estricto amor epistolar-, acude a Cyrano para que le escriba sus cartas, poniendo solo su firma. Así Roxana, que en principio amó a Cristián por su belleza, llegará a amarlo por sus cartas. Amará su espíritu, que es Cyrano. Amará a Cyrano sin verlo, sin saberlo. Muerto el amante hace mucho, Roxana aún vive aferrada a sus cartas, que no son otra cosa que el corazón de Cyrano, oculto por la máscara de su rostro. 

La belleza física y la fealdad son solo para los ojos. Y los ojos son -para los míticos maestros de la antigüedad, de oriente a occidente- una ilusión. Una distracción. Una paradójica oscuridad. 

La historia del amor que se opone a los ojos revive en un lugar de tierra seca, de cuyo nombre no quieren acordarse, trastocada en los cuerpos de Nela, la fea, y Pablo, el bello, en esta exquisita obra de Pablo Messiez.

Síntesis Argumental
En un pueblo perdido en la meseta, un ciego de nacimiento se topa con alguien que, misteriosamente, dice poder curarlo. Pero el ciego mantiene una estable y amorosa relación con Nela, una chica fea que lo ama desesperadamente; la sola posibilidad de ver amenaza con destruir ese mundo grato, pleno de afecto y cuerpo, que hay más acá de los ojos.

El móvil
La actuación de esos cuerpos sobre la tierra es un ritual de precisión eficaz. El espacio escénico, que representa en algunos sectores el interior de una casa y en otros un exterior pueblerino, está cubierto literalmente por tierra seca, símbolo profuso y por momentos incómodo. Sobre ese predio se lucen los actores, con notables picos de intensidad emocional y un perfecto tratamiento corporal de la ceguera: el cuerpo móvil que transita un espacio que es otro, completamente distinto del que perciben nuestros ojos, y cuyos movimientos constantes dotan a la composición de completa verosimilitud.

La oscuridad
¿Qué es la oscuridad, entonces? Sobre un juego de luces y sombras y oscuros escénicos, la obra presenta su tema arquetípico: la belleza y el engaño de los sentidos. La madre (el tercer personaje; el cuarto es la oftalmóloga) dice amar a un hombre a quien ni ve ni escucha, y tal vez ni siquiera recuerda, pero a quien sufre constante y minuciosamente. El dolor, en Los ojos, es el patético testimonio del amor. Porque mientras la felicidad tierna de Nela, en tanto Pablo sea ciego, no tiene límites, la vista acecha y propone una “verdad” que, como en los clásicos, conduce a la destrucción.  Lo que queda, el doloroso remanente, es la única posibilidad para el amor.

La sinceridad
La madre de Nela enhebra temibles monólogos de una sinceridad destructora. Es la mujer capaz de hablarle a un ciego de los ciegos. Esta mujer profusa contrapone, durante la parte “activa” de la obra (es decir, hasta el momento inmediatamente posterior al desenlace elidido), contrapone, decía, al mundo tierno, esperanzado o riesgoso de los ingenuos, la decadente acidez de la verdad –el punto de vista desde el cual se cuenta aquello que fue tierno, y cuyo horrible destino no veremos-.

Una teoría del epílogo
Los ojos termina con un bello y largo epílogo en boca de esta madre. El epílogo es necesario, porque lleva a término el relato, desde la deslumbrante luz en los ojos de Pablo, hasta la muerte de Nela y la desaparición del amor, en un salto elíptico de mucho valor. Pero hay algo más, que de alguna manera disuelve la tensión e invoca a la lírica para no caer. El personaje que lleva a cabo el epílogo, que habla de sí misma, de un destino que sufre y  que purga, es un personaje “negativo” en términos de polaridad. Puede uno identificarse con ella intermitentemente en ciertas situaciones, pero los héroes agónicos son los enamorados, y ella es el “antiamor”, el contrapeso oscuro de la negatividad. El cuarto personaje, la curadora, es el catalizador, el elemento neutro que permite la consumación.

Quizás un epílogo necesite neutralidad. Para no perder foco en lo perdido, tal vez la madre es demasiado para recitar el epílogo. El personaje es demasiado denso para aportar solo un chispazo irónico y lateral a la tragedia. Y por ser denso, se detiene y se apropia, perpetuándose. No siendo su obra, se torna tal en el epílogo, forzosamente. Y el personaje canta –en momentos, literalmente-. Canta su lírica, como Salomé de chacra recita la suya (para ver otro ejemplo de análisis de epílogos en este blog, ver la reseña de la obra de Kartun haciendo click aquí), en la extensión distendida posterior a todo desenlace.

Ambas obras, ambos autores, ambos directores, todos sus actores, tienen la suficiente habilidad para extraer encanto de esa detención.

Perla en el corazón de un padre
Una jovencita deseperada dice, como una niña: “Mamá, no llores que no sé qué hacer”.

1 comentario:

Ignacio Apolo dijo...

Interesante comentario de un alumno:
"Un apunte: ¿sabías que "Los ojos" de Pablo Messiez es una inspiración/adaptación de "Marianela" de Benito Pérez Galdós.

A saber:

http://es.wikipedia.org/wiki/Marianela

Abrazo!"