jueves, 2 de mayo de 2013

Sobre HOY DEBUTA LA FINADA, de Patricia Zangaro



El viernes fui a ver HOY DEBUTA LA FINADA, de Patricia Zangaro, al Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, 4816 4224, 4815 8883 al 6, int 121). Funciones Domingo - 21:00 hs
Jueves, Viernes y Sábado - 21:30 hs

Necro Maradona
Una década y media atrás, un director amigo me dijo que, para que el mito encontrara su estatura eterna, Maradona debía jugar un último partido con la casaca argentina, hacer un gol con su último aliento, y morir de un fulminante ataque al corazón. Tan sólo un par de días atrás, en un bellísimo programa de radio sobre teatro (click en damossala), comenté las afinidades entre el mito y el teatro -o, en un sentido amplio, entre el mito y la literatura; y más aún, entre el mito y la creatividad-. Recordando las palabras de aquel director, dije: “para que Maradona alcance la estatura de mito, le falta morir”.

El vínculo entre biografías y mitos tiene su frontera transformadora en la muerte, porque la muerte detiene aquello que es dinámico y temporal: el propio fluir inconcluso de la vida del personaje, que establece un vínculo dialéctico y constante con el receptor/constructor de su imagen. Demasiado bien lo saben las empresas comerciales que se arriesgan a contratar derechos de imagen de determinadas figuras públicas, deportistas y atletas: las multi que contrataron al ex-mito ciclístico mundial devenido “doppineta” Lance Arsmtrong todavía se quieren matar. Así las cosas, el enorme Mike Tyson, pocos años después de sus irreversibles combates, le mordisquea impotente una oreja a su rival, y el gran Chuck Berry, padre del rock, es sometido hace menos de un mes a la exhibición de su senilidad en una gira periférica por estas latitudes. Esto (ya) no le pasará al Che Guevara, no le pasará a Evita ni a Juan Domingo; ya no le sucede a Gatica, ni al morocho del Abasto; no hay más noticias sobre Pappo, Gilda o El Potro; Luca Prodan y Miguel Abuelo están detenidos en horizonte, y la decadencia, el desvío, el quiebre o lo inesperado no los tocan. La muerte detiene y elimina del tablero una de las grandes fuerzas en conflicto, que siempre complica todo: el individuo. Y transforma entonces su biografía en signo, en puro signo, lo que equivale, en palabras de Mijail Mijailovich Bajtín y Elsa Drucaroff, a la terrible arena del combate social.

En el conflictivo modo en que el mito se construye y se elabora (ahora sólo con palabras, sólo con imágenes, sólo con signos, si se quiere), la sociedad polemiza. Un antiguo amigo de la adolescencia, fanático de las maquetas, las historietas y el anti-kirschnerismo, lo explicitó de un modo contundente días atrás en un post de Facebook: sobre una imagen del Nestornauta (o Eternéstor -aún, creo, la amalgama no tiene un nombre fijado por el uso-), posteó unas palabras. La imagen ya es un desplazamiento, pero en su post sufriría otro: las manos del héroe cargaban bolsas de dinero y sobre su pecho se leía “El Lava-Nauta”. Sobre esa nueva transformación de imagen, el autor postea:

“Pensar que me gustaba el Eternauta... Estos me cagaron la imagen.... Aguante Juan Salvo y Martita... del "trucho K" y Sra mejor ni hablar...”

Como es notorio, Oesterheld y Néstor han transmutado sus propiedades, y son tanto o más “signo” que Juan Salvo y Martita: son pura arena de un combate que, cuando ya no es soportado por el discurso, se torna sangre.

Necroturgia
En septiembre de 2009 escribía en este mismo blog algunas reflexiones sobre el recurrente tema de la muerte en obras de la cartelera porteña (para completar la lectura, puede verse este link -click aquí-). Ahora, iniciando la temporada 2013, retomo el tema desde otro punto de vista. 

La muerte transforma en signos “cerrados” lo que estaba abierto al devenir; y así, lo que era diacrónico y sujeto a cambios y posicionamientos, es fijado y disputado. El teatro, que siempre es “en vivo” -y que, a diferencia de otras artes dramáticas, como el cine, no tolera  actores muertos en escena-, abreva permanente en mitos, biografías y muerte. “Hay que morirse para que te quieran”, parecen decir los personajes de Zangaro en “Hoy debuta la finada”. En manos de María José Gabín, esta obra de la postrimerías de los años ochenta resignifica la muerte como tema y quizás, como el Luis Cano de “Coquetos Carnavales” (click aquí), también como forma.

Síntesis argumental
Aferrados al pasado, cuarenta años después de la muerte de su mujer, Pascual y sus viejos compañeros de orquesta vuelven a encontrarse para hacer debutar a Rosita, la hija, como cantante. Pero el tiempo, ese lapso engañosamente vacío que parece haberse detenido, se volcará sobre ellos en caída lenta “...en su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”[1].

Los géneros muertos
La puesta en escena de María José Gabín arranca con una extraña procesión de muertos vivos, comentadores y corolario del retrato de “la finada”. La muerte omnipresente convoca a sus fantasmas, en forma de zombies. Está viva Rosita, con sus colores y sus lecturas de novelas rosa de los años cuarenta, casi detenida en el tiempo. Se sabe que tiene cuarenta años, pero se comporta como una niña en edad de merecer, aún esperando su polisémico “debut”. Los muertos se ubican en la platea, iluminados y disponibles para entrar en escena. Una explícita formalización de la muerte tiñe todo el rito teatral: lo que veremos en tanto representación no está del todo vivo; es un instante efímero de re-animación de aquello que se ha ido. Zangaro habla, al comentar esta primera obra de su producción dramatúrgica, sobre los géneros “populares argentinos”, y menciona el sainete, el grotesco y la tanguística. La popularidad de dichos géneros se remonta a la primera mitad del siglo pasado, mordiendo el tango la segunda, sobre el que se dice, una y otra vez, en boca de la protagonista: “el tango no me gusta”. Veremos qué desplazamientos suponen las fechas que evocamos.

Tempus fugit
La obra fue estrenada orginalmente en 1988, hace 25 años. El recurrente y central signo de los cuarenta años habla, justamente, de los años ‘40 del siglo XX. La finada murió hace cuarenta años, Rosita tiene cuarenta años. Es la distancia entre el ‘48 y el ‘88, la distancia entre el primer peronismo y las últimas imágenes del alfonsinismo. Cuarenta años esperando el debut de una finada, los muertos vuelven, disputándole o pretendiendo disputarle popularidad a la actualidad; pero la actualidad es el signo televisivo -hay una tele en escena y un concurso de talentos; es el fútbol -se mira un partido-, es el rock and roll -un viejo tanguero se corrió del tango en su boliche, y ahora pone rock, para bailar y dar clases, y se le llena. La fiesta renovada es imposible: a la noche del debut no viene nadie. Sabiamente, la dramaturga señala el vacío con su excepción: alguien vino, es un ciruja, y está perdido.

Y los muertos.

Pensado desde finales de los ochenta -el quiebre de aquella primavera alfonsinista, en plena democracia de la derrota-, los sentidos poderosos de la obra justifican sobradamente sus pergaminos (es, entre otras cosas, Primer Premio Municipal). Veinticinco años después, la renovada puesta de Gabín permite observar sus múltiples desplazamientos. El tango y la milonga de barrio, que en la postdictadura era sólo el nostálgico y biográfico recuerdo de los milongueros de antaño, sufre a finales de los noventa y, sobre todo, en la primera década del presente siglo, una enorme suerte de “revival” y resignificación. Buenos Aires se convierte en destino turístico tanguero, las milongas hacen de mojón al nuevo circuito, las clases de tango tango estallan, y una significativa cantidad de jóvenes sin ningún contacto biográfico con el tango (el tango aquel, el que fuera género popular hasta mediados de los sesenta) se vuelca al recorrido milonguero, que ya es otro. Bailar tango y encontrarse en la milonga, a estas alturas del tercer milenio en Buenos Aires, es un signo opuesto al de la obra original: puede, incluso, ser signo de pertenencia y sofisticación. Algo similar sucede con los certámenes de talentos televisivos. En la obra de 1988 aún estamos en tiempos de “Grandes Valores del Tango”, conducido por Silvio Soldán, y el gran programa de concursos de cantores era, quizás, ya una parodia: “Si lo sabe cante” (cante con Galán), porque el signo televisivo de la búsqueda de talentos siempre tuvo un tono farsesco. Faltaban todavía unos años para la explosión de la televisión por cable, de la irrupción de las señales internacionales, del reality y Operación Triunfo. El signo de un muchacho tosco, Virola, buscando en los pasillos de un canal de TV una oportunidad para mostrarse y triunfar, luego del “Cantando por un sueño”, cobra una dimensión inusitada.

Actuación genérica
La actuación comenta el gusto por los géneros, con una calidad envidiable. Claudio Martínez Bel es la muestra cabal de ese grotesco ya paródico. Todos componen hacia esa puesta en valor, comentada, distanciada, del grotesco, y el signo de los muertos ingresando a las gateras de la representación, le imprime a la actuación un gesto de actuación comentada, un señalamiento de estilo. Pero hay un momento en que la técnica se corre: Marcos Montes (Vitrola), comienza a cantar “El día que me quieras” a capella, estilizando el género Serenata -ella en su habitación, él, tímidamente y con “el debido respeto”, afuera-. Pero de a poco, la mano de la directora da rienda suelta a la disociación y el personaje, que ya no es personaje sino que es actor marcando su gesto, termina bailando “danza clásica”, con sus arabescos, pliegues y semi puntas, al tiempo que, inmutable, su máscara termina de cantar el mítico tango. Este corrimiento hacia otra tradición actoral se une, quizás demasiado puntualmente, al comentario que los muertos vivos hacen de los géneros que acometen.

El corazón de las tinieblas 
El conductor del programa de radio que mencionaba, sabiamente, corrigió mi postulado: el Maradona que era capaz de hacer esos goles, ya está muerto. Aquel jugador ya es mito: ha quedado al margen de lo que su avatar maduro pueda hacer, decir, negar. La muerte, a veces, es también una grave ruptura en una sola biografía, que quiebra su supuesta unidad. Las reflexiones de Elsa Drucaroff al respecto de la película “Quién Mató a Mariano Ferreyra” apuntan, sin cerrar el debate, en esta dirección -para leer el debate, click aquí.

Por lo demás, aquel director teatral con quien iniciamos el tema del mito y la muerte estuvo en el programa de radio una semana antes que yo, recordando viajes y anécdotas. Nadie mejor que él, quizás, para hablar de vida y corazones: hace poco su corazón se detuvo unos instantes, junto con el de todos nosotros. Hoy rebosa de vida. ¡Salud!
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Bonus Track: El anti grotesco consciente
Dice Pascual, personaje: “Yo también quisiera sacarme el disfraz, pero uno se debe al público”.

Los muertos entierran a los muertos. No hay cómo quitarse el disfraz o dejar caer la máscara. Porque en su lugar se yergue la hipótesis siniestra: bajo la máscara, hay otra. Y otra. Y otra. Y otra más.






[1] James Joyce, The Dead (cuento).

1 comentario:

maría rosa pfeiffer dijo...

inteligente y sensible análisis. me dan muchas ganas de ver la obra