viernes, 18 de marzo de 2016

Sobre TV 60, de Bernardo Cappa

El viernes 11 fui ver TV 60, de Bernardo Cappa, al Teatro Sarmiento (Avda. Sarmiento 2715 / tel. 0-800-333-5254). Funciones: jueves, viernes y  sábados 21 hs, domingos 20 hs.

Sombra terrible del San Martín, voy a evocarte.
El Complejo Teatral de Buenos Aires es un fantasma, un sombra traslúcida y mortuoria de lo que supo ser y una triste burla, gesto grotesco que señala la máscara caída de aquello para lo que fue creado. Sus salas emblemáticas –emblemas no de una administración sino del esplendor teatral de una ciudad como pocas- están cerradas. Las pequeñas salas colaterales, como la extraña y querida sala Sarmiento, aún resisten. A fuerza de la persistencia, la prepotencia de sus hacedores, y también de su público.

Buenos Aires, otoño de 2010. Kive Staiff renuncia a la dirección del Complejo Teatral, y la declinación, anunciada por los primeros tres años del nuevo gobierno de la ciudad, pronto se convertirá en decadencia. No obstante, y como signo tanto de la no linealidad de la historia como de la resistible debacle que se avecinaba, ese mismo año en esa misma sala se estrenaba la inolvidable Estado de Ira, adaptación/recreación/parodia/homenaje a Hedda Gabler de Ciro Zorzoli[1]. Escribí una reseña de aquella puesta en la que todo era festejo; incluso llegaba a decir “En la mítica sala oficial contigua al Zoo de Buenos Aires”, sin siquiera imaginar la posterior pesadilla.

Seis años después, en medio de la depredación, el fantasma de Paola Barrientos se levanta y vuelve a pasear, deslumbrante en el recuerdo, en una nueva puesta del proceso de creación/recreación actoral; pero así como el Complejo Teatral, así como la ciudad que lo alberga, así como el país que se estremece, así como la región que tambalea, esta versión es más patética que triste, más paródica que estilizante, más decadente que burócrata o, en palabras de su creador: más “accidente”, más banal, más idiota, más basura. La notable Laura Novoa es ahora la diva que ensaya –no un clásico sino una improvisación boba–; la compañía municipal de artistas es ahora un patético equipo de producción televisiva; los cuarenta son los sesenta; el teatro es la tele, y Hedda Gabler es un almuerzo con una vieja estrella apagada como conductora.

Comprendemos con dolor, con humillación, con horror, que estamos en el infierno.

Síntesis argumental
Argentina, mediados de los sesenta. Aislados en un estudio de televisión, un equipo de actrices, director, productor, guionista, maquilladora y técnicos sobrellevan la incertidumbre de un golpe de estado intentando emitir un programa a gusto y medida del “hombre común”.  

Maquillar cadáveres
La inteligencia del montaje de Cappa propone una primera imagen: estudio de televisión vacío, a punto de iniciar. Se inicia por el margen, por la maquilladora: asistente de nadie, aún, porque todo parece vacío; porque en el afuera no se sabe lo que pasa, y en el adentro estamos perdidos. No es una asistente cualquiera: es la antigua maquilladora de cadáveres, que incluso –dice– la maquilló a “Ella”. Entre esta televisión como maquillaje cadavérico y la evocación natural por parte del público de la inequívoca galería de “divas” sin edad –sin muerte– de nuestra televisión, hay un puente que es una idea-obra.

La Ira de Dios
Intuir Estado de Ira en TV 60 es pensar que la tragedia y la farsa acaban de anunciar su matrimonio: ¿a quién no le ha pasado que soñó, armó, preparó, ensayó un espectáculo el año pasado y, al montarlo en este año, todo queda resignficado?

Delia Beltrán, la diva, es desplazada por las chicas huecas y su arte es ninguneado hasta reducirlo a algo que, uno entiende, jamás hizo: comer. Los planos del montaje de Cappa, como los de Zorzoli, están superpuestos, y son simultáneos en la profundidad de la sala. La parodia del método de ensayos se convierte en parodia de una supuesta vanguardia: la de la dramaturgia del director. Arribar a la parodia es arribar a la consciencia de su reiterativo predominio, de su actual declinación.

Símbolo hay uno solo; los demás...
Hedda Gabler, de Henrik Ibsen, sutilmente introduce unas pistolas legadas por el padre, el General Gabler, a su hija mujer. El mismo autor, fascinado por el poder del símbolo, pone un pato “salvaje”, herido, en un cuartucho contiguo a la bohardilla en la que viven los protagonistas de su drama, y todos, a su turno, hablan de él. Ya en sus últimos tiempos, Ibsen no sólo titula una pieza con su símbolo, “La dama del mar”, sino que directamente pone a un pintor en la Escena Uno a pintarla y luego a todos los personajes a  indagarla, tematizarla y exhibirla.

No obstante, y a pesar del énfasis, el símbolo es uno. El caso de TV 60 escapa hacia la abundancia. Se ocupa de los cadáveres maquillados y los pone en la mesa, de las divas en decadencia y su conversión a la conversación, del golpe de estado y el entretenimiento, del hombre común y la electricidad. Gana en varios finales que se desgranan uno tras otro, sostenidos por la eficacia actoral. Pierde un poco al bajarse de la muy lograda comedia, esa liviandad que tan bien le va a la TV cuando sobrevuela con chivos, publicidades y copetes la crudeza de la realidad social circundante. Cualquier semejanza con la actualidad es pura coincidencia...

El hombre común
Cappa lo vio venir, y está entre nosotros: el siniestro hombre “común”, el que no "habla judío” pero lee a “José” Luis Borges.

El “Alcón”, superhéroe
Vayan estas últimas palabras para el gran fantasma que sigue honrando la oscuridad hoy en escombros del  teatro San Martín, desde su sillita de paralítico ciego, desde su fragilidad física final, desde su Final de Partida, anunciando para siempre en palabras de Beckett aquello que le pasó al lugar que lo cobijó:

[Bello teatro mío:]

"Un día te quedarás ciego. Como yo. Estarás sentado en alguna parte, pequeña plenitud perdida en el vacío, para siempre, en la oscuridad. Como yo. (Un tiempo) Un día dirás: Estoy cansado, me voy a sentar. Y te sentarás. Y después dirás: Tengo hambre. Me voy a levantar y hacerme de comer. Pero no te levantarás. Te dirás: me equivoqué al sentarme, pero ya que estoy sentado, me voy a quedar sentado un poco más, y después me levantaré y me haré de comer. Pero no te levantarás ni te harás de comer. (Un tiempo) Mirarás la pared un rato, y luego te dirás: Voy a cerrar los ojos, quizás duerma un poco, y después todo va estar mejor, y los cerrarás. Y cuando los vuelvas a abrir, ya no habrá más pared".[2]

Pequeña plenitud perdida en el vacío. Ya no habrá más pared.




[1] Para leer la reseña de ese espectáculo en este Blog, click aquí: http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2010/12/sobre-estado-de-ira.html

[2] Un jour tu serais aveugle. Comme moi. Tu seras assis quelque part, petit plein perdu dans le vide, pour toujours, dans le noir. Comme moi. (Un temps.) Un jour tu diras, Je suis fatigué, je vais m’assesoir. Et tu iras t’assesoir. Puis tu te diras: J’ai faim. Je vais me lever et me faire à manger. Mais tu ne te lèveras pas. Tu te diras, J’ai eu tort de m’asseoir, mais puisque je me suis assis je vais rester assis encore un peu, puis je me lèverai et je ferai à manger. Mais tu ne te lèveras pas e tu ne te feras pas à manger. (Un temps.) Tu regarderas le mur un peu, puis tu te diras, Je vais fermer les yeux, peut-être dormir un peu, après ça ira mieux, et tu les fermeras. Et quand tu le rouvriras il n’y aura plus de mur.  
Samuel Beckett. Fin de partie. 

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